¿Lo oyes? 

La luz asomaba entre los altos plataneros que guardaban la calle, y los árboles desnudos empezaban a cubrir sus ramas con capullos y hojas verdes; se respiraba una especie de alegría en Barcelona, como si, por fin, la ciudad se decidiese a sonreír a ese mar que la mecía. 

El timbre sonó y Sara saltó del susto sobre su silla. Helena le gritó desde la puerta, “-¡Vamos date prisa, o nos quedaremos sin!- Marcos la cogió del brazo. “-Sí, perdón, ¡vamos, vamos!” Los tres niños salieron corriendo y consiguieron coger el tranvía que los dejaba justo en frente de, según Helena, el mejor sitio del mundo. Aunque Marcos decía que eso era porque no había estado en el Camp Nou.  

“- Senyora Dolors! Senyora Dolors! Ja hem arribat!– dijo Sara al ver a la anciana desde su mostrador. La Senyora Dolors era una mujer mayor que llevaba en la tienda de chuches más tiempo del que nadie pudiese recordar, era como si su reloj vital se hubiese congelado para ser La Senyora Dolors de la tienda de chuches toda la vida. “-Tú qué vols Sara? Uns cors? Un regaliu?”– Sara dio un paso atrás alejándose del mostrador y miró al suelo avergonzada. “-Hoy no puedo comprar nada Senyora Dolors… He… He perdido las monedas por el camino… Se han caído porque tenía roto el bolsillo.- Hubo unos segundo de silencio, pero en seguida la anciana soltó una carcajada y acarició la cabeza de la niña, “-No te preocupes, hoy, ¡Invito yo! – ¿De verdad?-” dijo la niña abriendo sus grandes ojos verdes. “-¡Muchísimas gracias!-” “-Adéu Senyora Dolors!-” cantaron los tres al unísono; ella sonrió.

Andaban con ritmo: Sara prefería andar más despacio para ver bien las fachadas de las calles, llenas de detalles, pero a Marcos ir tan despacio, lo ponía nervioso. Entonces, al cruzar la esquina de la tienda de sombreros, Helena paró en seco “¿Lo oyes? – ¿Oír qué?-” dijo Marcos mientras ponía los ojos en blanco. “-¡Sí! Yo también lo escucho… Es como… Música. –Permanecieron como estatuas unos segundos intentando adivinar de dónde venía aquel murmullo. –

¡Es por ahí!- Dijo Sara mientras salía corriendo hacia una calle estrecha. De pronto se encontraron frente a un local viejo y abandonado, pero ya no se oía nada. Helena mirando a su alrededor preguntó, -¿Dónde estamos?- Nadie contestó. Aparte de ellos y un par de palomas, no había nadie, ni nada más a excepción de un viejo local abandonado. No necesitaron decirse nada, se miraron y Marcos con una sonrisa pícara empezó a buscar una entrada. 

“-Está todo tapiado…- ¡Ey mirad! ¡Aquí…!-” dijo Sara al tiempo que empujaba una ventana abierta. Cayó al suelo del local, levantando una gran nube de polvo. Los otros entraron detrás. 

Miraron a su alrededor parpadeando varias veces, el polvo nublaba la vista y la luz del atardecer apenas llegaba a ese lugar. Cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra, Sara distinguió una barra dónde aún quedaba alguna botella de alcohol y algunas copas cubiertas de telarañas. También había varias sillas y mesas de madera, y en las paredes había muchas fotos enmarcadas. Eran portadas de viejos discos, algunas fotos antiguas de actores famosos o películas, y también de gente que había pertenecido al local. Se respiraba nostalgia, era como si un día, sin más, se hubiese abandonado aquel rincón del mundo. 

En una esquina, se alzaba un pequeño escenario: el piano estaba a la derecha, también había un chelo lleno de polvo y la funda de lo que parecía un saxo. 

“-Parece que nadie ha entrado aquí en mucho tiempo…-” dijo Helena. 

“-¿Qué creéis que pasó? “-siguió Sara acercándose al piano. 

Justo cuando se acercaron a la barra apareció un hombre con un perro, que  empezó a gritar e insultarles, calificándolos de ladrones y delincuentes. Los tres salieron corriendo calle abajo con una mezcla de miedo y adrenalina. Se sentían en una aventura, huyendo de un malvado villano. 

Pasaron los días y el viejo bar quedó escondido en sus recuerdos como una aventura más. Sin embargo, otra fresca tarde de abril, cuando Sara pasó por delante de la sombrerería, se fijó en la calle por la que huyeron corriendo del hombre del perro. Tenía que volver a casa, pero la curiosidad  cosquilleaba su barriga…- ¿Cómo seguiría aquel lugar? 

Se acercó a las ventanas tapiadas que días antes había curioseado con sus amigos. Todo seguía igual. Aún podían verse las huellas estampadas en el polvo. 

Antes de darse cuenta ya estaba dentro del local, frente al pequeño escenario lleno de instrumentos. 

Vio de nuevo las portadas de discos y pelis famosas. Se fijó en una que le gustaba mucho a su madre, Vacaciones en Roma, susurró. De pronto, abrió ojos y oídos sobresaltada: ¡Ahí estaba! Esta vez lo había oído muy claro, pero… ¿De dónde? Se acercó al piano del escenario. No tardo en sentarse frente al instrumento y a la par que respiraba hondo elevó sus dedos sobre el teclado. Todo estaba en tensión, una tensión magnética que contenía la respiración, esperando que esa primera nota rompiera el silencio eterno en el que todo parecía haberse sumergido. Miedo a perturbar esa tumba de recuerdos, miedo a ese estrépito frente al vacío y, entonces: sonó, la primera nota. Y una tras otra, cada vez con más fluidez, se fue construyendo la melodía que parecía iluminar todo el lugar. Ante sus ojos diría que la manta de polvo iba desapareciendo y el lúgubre bar se iluminaba. Parecía que lo colores de las paredes se volvían más vivos, abandonado el gris para dar paso al verde oscuro y blanco perla.

Un fuerte sonido de trompeta la sobresaltó y boquiabierta miró cómo el hombre bajito que había visto en las fotos le guiñaba un ojo mientras acompañaba su melodía; instantes después, al otro lado, la mujer del chelo hacía los bajos. Todo el local estaba lleno, y la gente bailaba y hablaba. No habló con nadie, solo a través de miradas y de música, pero tampoco necesitó decir ni preguntar nada, podría haberse pasado horas ahí. 

La idea de dejar de tocar… Soltó el teclado de golpe y todo volvió poco a poco a su estado habitual, acurrucado de nuevo por el polvo y mecido por los sonidos en la madera húmeda. 

¿Qué era aquel lugar? Donde parecía que había muerto una gran historia, ante sus ojos se había abierto un mundo nuevo. 

Salió a la calle. Al día siguiente volvería al local a ver a sus amigos, que la esperaban en sus marcos colgados en la pared.

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