Dime niño.
Señor,
niño entre pajas.
Me cuentan tu alegría
y tu salvación,
me cuentan el calor de tu hogar.
Pero niño,
no veo tu estrella,
ni tu hoguera.
No oigo esos cantos
de pastores,
ni las palmas
de tu madre.
No veo a ese padre,
que mira desde el cielo
con ojos amorosos,
con ojos tiernos.
Niño dime,
¿Dónde te escondes?
Que aquí donde estoy
No veo más que dolor.
Los cantos
son lloros.
Y las sonrisas,
muecas.
¿Por qué alegrarse niño?
¿Cuál es la Buenanueva?
Aquí seguimos a oscuras,
creyendo en una promesa.
No ha llegado la noticia
de tu sonrisa.
Nuestro cielo está tapado,
el mar de nubes
todo ha apagado.
No hay corazón que soporte
tu llegada,
por qué están llorando,
el peso de tu llamada.
Están llorando,
la carga de sus hombros.
Están llorando,
los muertos que caen,
unos tras de otros.
Dime niño,
¿Cómo veremos
nosotros tu rostro?
¿Llegaremos un día,
también a tocar palmas?
¿Llegarán a nuestros oídos,
esos cantos de esperanza?
Quizás sea el momento,
de dejar entrar tu mirada.
De mirar a esa luz,
que solo tu corazón
irradia.
Mírame niño,
mírame y cógeme del dedo.
Aprieta bien fuerte,
que, si no,
quedaré ciego.
Llora y ríe,
pero despierta mi oído.
Llévame a ese hogar,
dónde dicen
que has nacido.
Llena estos corazones,
de amor y esperanza.
Llena estos corazones rotos,
de tu palabra.
Y tú,
Padre que miras con ternura,
destapa este cielo
de amargura.
Dirige nuestras miradas,
hacia esas manos bondadosas,
que solo saben dar,
tu cariño,
y bondad.
Mírame niño,
Enséñame a cantar,
y cuándo me olvide,
trae a tus pastores,
o ángeles,
o a tu madre,
o ven tú mismo,
y susúrrame al oído
¡Canta! Que Dios es bueno,
y eterna su misericordia.
¡Canta! Que eres hija,
y no más prisionera
¡Canta y no olvides tu nombre!
Canta pequeña.