Escuchar.
Qué sutil es la palabra,
y qué grande lo que evoca.
Un día andas de prisa,
con ceño fruncido y
sensación de cansancio.
Hablas rápido, buscas.
Diriges la mirada perdida,
sigues buscando.
Cocinas, estudias y disfrutas,
pero tu mirada sigue buscando.
También lo hacen tus oídos.
Primero en las canciones,
esas que un día significaron algo para ti.
Intentas recuperar ese algo nostálgico
en sus melodías.
Más tarde esas canciones
también se vuelven ruido.
Guardas entonces silencio.
Buscas en el silencio.
Pero es demasiado directo
y abrumador.
Se va rápido,
igual que ha venido.
También, ahora,
tus oídos siguen buscando.
Buscas sin saber qué hacer,
sin saber que falta.
Buscas y buscas,
vas acelerado.
Y un día coincides con alguien,
en un café, un sofá o en el tren.
Sus ojos, tus ojos.
Paran tranquilos y con paz.
Tu boca se desata,
y las palabras empiezan a brotar.
Sus oídos te escuchan
y entonces,
Escuchas.
Ves cómo escuchar.
El silencio de los valientes
abre puertas de palacios escondidos,
y apaga fuegos inextinguibles,
encendidos por la soledad.
Gracias por escucharme aquel día.
Quisiera cómo tú,
yo también escuchar.